Escribe hoy Rosa Montero un artículo en El País Semanal titulado «Recordar es mentir». Dice que todos los humanos manipulamos nuestros recuerdos porque, a fin de cuentas, hacemos el relato de lo que creemos que ha sido nuestra vida.
La mentira, claro, no goza de gran predicamento. No nos gusta que nos mientan, pero muchas veces nos mentimos a nosotros mismos porque necesitamos seguir adelante. Decimos «Bah, haré como que no le he oído» o «Pensaré que él o ella no ha actuado así», y, de esa manera, transformamos la mentira en otra cosa. ¿Es esto malo?
Decía Vargas Llosa que las novelas mienten porque no pueden hacer otra cosa. Y nosotros nos creemos las mentiras que allí se cuentan porque las necesitamos para seguir el juego de lo que estamos leyendo. En la vida, nos creemos las mentiras que nos contamos porque, a veces, la realidad no nos gusta y la acomodamos un poco a la vida que nos gustaría haber llevado. Toda una novela, desde luego.
¿Y qué es el recuerdo? ¿Algo que se tiene o algo que se ha perdido?, se preguntaba un personaje en una película de Woody Allen. También es cierto, como dice Rosa Montero, que el paso del tiempo distorsiona los recuerdos y que cada uno acaba acomodándolos a su memoria según le ha ido en la vida. Pero a mí lo que más me flipa son los recuerdos mismos. ¿Por qué recordamos unas cosas y otras no? ¿Por qué hay, incluso, recuerdos felices de las épocas malas? Una vez leí una cita en un libro de Alfons Cervera que me ha perseguido siempre. Decía algo así como: ¿De qué forma funciona la memoria? ¿A qué se agarra? ¿Qué nos da a cambio?
Preguntas de difícil respuesta. ¿No?