¿Qué lugar de Valencia es tu favorito? ¿Cuál escogerías para llevar a un amigo? ¿Qué construcción te parece la más representativa de la ciudad? Son preguntas que a veces me hago (también otras: soy de los que se hacen preguntas, como hay a quienes les da por hacer listas). El otro día, mientras hojeaba el periódico al son del viento húmedo y caluroso de esta zona mediterránea, me topé con una foto del edificio de Veles e Vents. El mirador más mirado, decía el titular. Es un edificio pensado para ver el mar desde él, pero la gente se conforma ahora con mirarlo, un poco de soslayo, recordando el tocomocho aquel de la Copa América. La Valencia bonita, con su Ágora, su Palau de les Arts, su ciudad de las Ciencias, su Oceanogràfic, su circuito de Fórmula 1 es una postal que amarillea en el expositor de una tienda de souvenirs donde también puedes encontrar camisetas de La Roja, paellas de plástico y toros con la bandera de España.
Pero, al menos, Veles e Vents destila algún efluvio poético: un verso de Ausiàs March en una ciudad que no conoce a sus poetas. A mí Veles e Vents me lleva a Raimon, y Raimon a mi infancia y adolescencia. Me lo encontraba alguna vez en el portal de casa de mis padres; él iba a visitar a su madre y a su hermano, que vivían allí, y yo lo saludaba tímidamente. Una vez estuvo a punto de firmarme un disco, pero se lo había prestado a un amigo (a Quique, que, por cierto, todavía no me lo ha devuelto). Nunca me gustó especialmente Al vent, su canción más representativa, pero sí otras.
Sí, tal vez cuando venga algún amigo de fuera (o de aquí, tanto da) vayamos al Veles e Vents, ese edificio sin vida desde el que se ve el mar.
Estilema 