Estilema

marzo 28, 2021

No digas nada

Filed under: Escritura,Libros — signos @ 6:34 pm

Decíamos ayer (¡Oh!) que no hace falta recurrir a la ficción para contar buenas historias. Lo demuestra con creces Patrick Radden Keefe, un periodista de The New Yorker que, documentándose con precisión, narra los años más duros del conflicto entre católicos y protestantes en Irlanda del Norte.

Hace algún tiempo (no sé si mucho o poco; en todo caso, antes de la pandemia, que ha relativizado el tiempo y aquello que podíamos hacer antes y ya no) viajé a Irlanda. Cuando estás allí de turista, te ofrecen todo tipo de excursiones, también a Irlanda del Norte, que yo elegí sin dudar porque incluía Belfast, aquel nombre que mi memoria conectaba con una televisión en blanco y negro en la que, día sí, día no, había atentados y bombas. En el autobús, atravesar el Ulster y Derry (Londonderry en mi memoria) ya me puso los pelos de punta y en Belfast, mientras el guía nos iba mostrando el barrio católico y el protestante, los murales que los separaban, el hotel que voló por los aires en un atentado del IRA y que a punto estuvo de llevarse a medio partido conservador al otro barrio, me vi a mí mismo en aquellos años de adolescencia, y vi o imaginé a dos adolescentes tomándose un refresco en un bar de Belfast volando por los aires porque alguien había decidido vengar a policías corruptos del ejército británico, por la libertad de unos presos del IRA o la unión de dos trozos de tierra, lo mismo da.

Así se mataba en aquellos años. No digas nada (Say Nothing en inglés, hay que ver, el español, negando dos veces), parte de la desaparición de Jean McConville, una viuda de treinta y ocho años con diez hijos a su cargo, secuestrada, al parecer, por colaborar con el ejército británico y cuyos restos no aparecieron hasta muchos años después, en 2003. El autor va contando, a través de múltiples personajes y testimonios, la historia de aquellos años de violencia y muerte. Dolours Price y Gerry Adams solo son dos nombres, importantes, eso sí, para seguir la trama y para intentar averiguar quién secuestró y asesinó a esa mujer, hilo central de la investigación del libro.

Ahora que la gente juzga con tanta ligereza los hechos desde fuera, me pregunto cómo hubiera sido mi vida (o la de cualquiera) en un barrio católico o protestante (el que te hubiera tocado) en aquellos años.

marzo 21, 2021

Libros, más libros

Filed under: Escritura,Libros — signos @ 7:16 pm

Ha salido a la venta una nueva novela de Javier Marías, Tomás Nevinson se titula. Leí que era continuación de Berta Isla y, como la tenía por casa (la compré en su día y no me decidí a abrirla), empecé a leerla en una tarde lluviosa de casi vacaciones. Me atrajo aquella historia (…la ilusión novelesca lo ganó casi enseguida…), por el ambiente y la trama; leí casi trescientas páginas de un tirón (del tirón, como se dice ahora, mal, no sé por qué se ha extendido tanto esta forma), pero me quedé ahí. La larga conversación entre Berta y Tomás no logró engancharme, lejos de otras conversaciones del mismo tipo que sí lo lograron, en Corazón tan blanco y, sobre todo, en Negra espalda del tiempo, que me entusiasmó, esa historia que reflexiona sobre lo que uno escribe y dice y queda impreso: ¿cómo lo reciben los demás? Pero eran otros tiempos, no sé si mejores o peores. Ya han pasado, en todo caso,  y son irrecuperables.

El ambiente British me llevó a otra novela, El profesor y el loco, de Simon Winchester, de la que oí hablar a Manuel Alvar. Ahora también la han trasladado al cine. El colaborador más eficaz y persistente del Oxford English Dictionary fue un loco asesino recluido en un asilo mental. El coordinador de este diccionario decidió, tras veinte años de colaboración, visitar a este hombre, ignorante de su verdadera identidad. La sorpresa que se llevó fue extraordinaria.

La vida y su realidad no dejan de sorprenderme día a día. Recuerdo algunas cosas que han pasado hace poco, o tal vez hace ya algunos meses, y no doy crédito a lo sucedido. Daría para escribir una novela. Pero las novelas no sirven porque enmascaran la realidad. Pese a estar bien escritas, la ocultan. Como esas nubes que, ahora mismo, están ocultando el sol que tan plácidamente disfrutaba a esta hora de la tarde.

noviembre 13, 2020

El último post

Filed under: Uncategorized — signos @ 8:48 pm

Hace bastante tiempo que no escribo en este blog. El último post, que no colgué, hablaba de las últimas clases y del confinamiento: De no haber surgido esta pandemia, hoy (escribo este post a últimos de mayo) daría mi última clase en la Universidad. Mi última clase de este curso, se entiende. Contaba que salía de mi otro trabajo y comía cualquier cosa en el bar de la Facultad. A menudo escuchaba podcast: A veces, o casi siempre, me dejaba acompañar por algún podcast. Programas, de radio, entrevistas que encuentro allá o aquí y grabo en el móvil. Recuerdo que uno de los últimos días acabé de escuchar una entrevista y salió otra, que ya había oído y conservaba. No sé por qué. Era una entrevista que Javier del Pino le hacía a Millás. Antes de la entrevista salía esta música, que he puesto abajo, una música que me dejó totalmente fuera del mundo.
Pero a mí no me gusta hablar de mí mismo. Tal vez por eso ya no escribo en el blog. Pero me gusta escribir y no descarto que siga haciéndolo, pero de otra manera. Ya voy contando.
Dejo aquí la música que acompañaba al podcast. Nos hemos ido tanto tiempo que ya será difícil regresar. But we keep rolling on, cojo al vuelo un trozo de la canción de Lucius. Pero seguiremos rodando. Aunque ya en otro lugar, en otro tiempo.


May 10, 2020

Antes

Filed under: Efímeros,Gente — signos @ 12:07 pm

En medio de tanto opinador, cuesta bastante ponerse a escribir. ¿Qué puedo aportar yo? Ciertamente, muy poco. Me asomo de vez en cuando al balcón y solamente bajo a la calle a comprar el pan y el periódico. El otro día llovía. Fui al quiosco y había una persona comprando el diario y hablando con la quiosquera. Aguardé manteniendo la distancia de seguridad mientras los oía hablar sobre lo mal que lo ha hecho el Gobierno. Decían que esta decisión de confinarnos a todos debería haberse tomado antes.

Cuando se dieron cuenta de que yo estaba allí, bajo la lluvia, esperando a ser atendido, interrumpieron su conversación. Saludé a la quiosquera y me llevé los dos periódicos que compro los domingos.

Como salir a la calle es, hoy por hoy, casi un delito, tal vez acabe aceptando esa oferta de suscripción digital que me sale de vez en cuando en el ordenador. Es más barato e higiénico. Además, como no me gustan este tipo de comentarios, estaré más tranquilo.

Pero volviendo al tema, naturalmente la decisión de confinarnos se debería haber tomado antes. Y si se hubiera tomado antes, no se hubieran producido tantos contagios y muertos. Y la gente que hace esta afirmación de Perogrullo, ¿se ha preguntado alguna vez por las decisiones que tenía que haber tomado antes? Yo mismo tenía que haber hecho muchas cosas antes y, seguro, todo me hubiera ido mejor. Debería haberme comprado antes este ordenador, por ejemplo. El que tenía era muy lento y con él ya no podía abrir muchos archivos. También tendría que haber entrado en el quirófano antes, con tanto dolor (pero me daba un poco de miedo) y que haber leído antes los artículos de Antonio Narbona y de Luis Cortes (y, de paso, haber coincidido antes este último). También debería haber hecho antes la tesis y haberme interesado antes por la sociolingüística y haber conocido antes a Milagros Aleza. Pensándolo bien, tendría que haber empezado antes con la natación (me ha ido muy bien) y, sí, debería haberme apuntado antes en el British

Todo, coño, tenía que haber hecho todo antes.

abril 3, 2020

Después de la lluvia

Filed under: Clases,Gente — signos @ 6:45 pm

Releo hoy el final de Aquí y ahora, el estupendo diario de Miguel Ángel Hernández: “Es tan solo un gesto. Apenas nada. Un corte ilusorio para romper el presente. Y, sin embargo, sientes que ahí se cierra la historia. La historia de tu novela, pero también la de un periodo de tu vida. Aunque nada concluya para siempre y, de un modo u otro, todo permanezca, aunque la memoria reconforte y las huellas sigan indicando el camino. Aquí y ahora ya es ayer. Aunque hoy sea siempre todavía”. Hoy estamos todos encerrados en casa, a la expectativa: el ayer se ha ido definitivamente y algo nuevo tal vez tenga que nacer. Ya no podremos seguir siendo los mismos después de esta situación.

Releo esta obra y también a otros que yo creo que son grandes, aunque no lo sean para todos. Releo a Paco Umbral, por ejemplo, e intento buscar en su prosa respuestas, aunque no sé exactamente a qué, tal vez a este tiempo que estamos viviendo, o al que nos queda por vivir. Hoy mismo ha muerto Manuel Alvar Ezquerra, el gran lexicógrafo. La única vez que lo vi en persona fue el año pasado, en la Facultad de Filología de Valencia, en un Congreso sobre el español coloquial. Antes lo había visto en algún vídeo, hablando de manera entusiasta, por ejemplo, de El profesor y el loco, la novela de Simon Winchester en donde se narra la historia de un loco homicida que colaboró activamente desde la cárcel en la elaboración del Oxford English Dictionary.

En Valencia, estuvieron a punto de suspender el congreso por una alerta meteorológica, pero, por suerte, se mantuvo durante unas horas más, bajo mínimos. Con muy poca asistencia, Manuel Alvar dio su comunicación. Cuatro privilegiados escuchando su saber. Luego, a medida que avanzaba la mañana y se iba despejando el día, ya vino más gente. Al final, nos hicimos una foto. Manuel Alvar está por ahí, perdido entre la gente.

Fue un bonito día de octubre, después de la lluvia.

marzo 29, 2020

La misma pregunta

Filed under: Escritura,Libros — signos @ 5:58 pm

Acabo de terminar El dolor de los demás, de Miguel Ángel Hernández. Es una estupenda historia que se lee como una novela. El autor dice que es una novela, pero yo veo más un reportaje novelado o, una crónica bien construida. En el fondo, qué más da si es novela o reportaje. Eso es un tema para críticos literarios o teóricos de la literatura. El caso es que funciona y atrapa al lector desde el principio.

Al margen de la historia, que me gustaría comentar con más detalle en otra ocasión, le he dado muchas vueltas a esa necesidad de escribir que tiene el autor. En el fondo, la necesidad de escribir que tienen muchas personas para explicar el mundo o su mundo o aquellas cosas que le rondan por la cabeza. En este caso, un crimen, el cometido por un amigo suyo cuando ambos tenían apenas dieciocho años.  El que el autor viviera el suceso en primera persona hace que todo sea muy cercano, que no escriba de oídas, ni le haga falta documentarse ni tenga que recurrir a la inventiva. O sí. Eso es algo que el lector no sabe, pese a que la estructura de la historia tenga, naturalmente, su artificio. El propio autor ha confesado que tenía que ir a sesiones de fisio después de la escritura. Al dolor de lo narrado se añadía el dolor por transmitir con intensidad aquel terrible suceso.

En la propia historia que nos cuenta, mucha gente le pregunta por la novela que está escribiendo. Y él mismo relata la génesis de su propia novela, la que el lector está leyendo. Cuando nos contamos historias no hacemos nada trascendente, simplemente estamos contando historias: de aquel amigo de la infancia, de aquel sitio en el que estuvimos, de lo que le pasó a X en aquel verano de la adolescencia. Cuando estamos escribiendo una novela sobre todo aquello, ¿qué estamos haciendo? Algo más serio, sin duda. ¿Vas a escribir una novela sobre aquel suceso? ¿Y qué vas a contar? Lo que me estás diciendo ahora, puede responderle el autor. “No, no. Eso no lo cuentes”.  Porque una novela no es eso intrascendente que se cuenta en una tarde de invierno. Es otra cosa. Y el escritor es un tipo que se sitúa por encima de todo. Es el Puto Amo de la historia, esa que hasta hace poco era de otro. De ahí el recelo de muchos personajes con los que se entrevista el autor de la novela. De ahí todas esas miradas esquivas que observa, de ahí, también la preocupación del escritor cuando el libro esté publicado. ¿Qué pensarán todos esos que salen retratados en la novela? El escritor es, de súbito, un tipo extraño que se adueña de tu mundo o del mundo entero. Y ¿para qué? Para nada. Para escribir un libro que, seguramente, no leerá casi nadie.

Y queda en el aire siempre la misma pregunta: ¿para qué escribir?

febrero 16, 2020

Misterios

Filed under: Efímeros — signos @ 5:35 pm

Recuerdo una canción de Serrat que acababa diciendo algo así como “De vez en cuando la vida  nos gasta una broma y nos despertamos sin saber qué pasa, chupando un palo sentados sobre una calabaza”. Son unos versos un poco absurdos, pero la vida, a veces también lo es. De vez en cuando te pasan cosas que te descolocan totalmente, te sientes un tonto en  la calle, en medio de tanta gente que pasa y va a la suya sin saber nada de las vidas ajenas. No sé si sentado sobre una calabaza, pero sí sentado en un banco de cualquier parque, mirando sin mirar, haciendo sin hacer.  Tal vez fui yo alguna vez esa gente que pasaba sin saber nada de la persona sentada en un banco que había sufrido cualquier revés.  Ese banco lo vamos ocupando unos y otros a medida que se queda libre.

Estoy sentado en el banco escuchando una música de fondo y, al momento, me veo pasar por delante. Algo o alguien me dice que me una al paso de ese yo que camina, también escuchando una música de fondo. Lo hago y acabo fundiéndome con esa otra persona que –se supone– soy yo.

Sigo siendo yo (creo), pero… no sé. El suelo que piso ya no me parece tan seguro; el camino por el que transito me resulta poco reconocible.

Un misterio.

febrero 2, 2020

Bisoñé

Filed under: Efímeros,Escritura — signos @ 4:29 pm

Solo leo novelas en vacaciones, siempre por la tarde, en mi casa, mientras entra el sol de la tarde por un amplio ventanal. En los últimos días de diciembre, en “esos días tan entrañables”, me entretuve con una novela de Mendoza (El rey recibe, que, por cierto, recomiendo vivamente). En la página 301 me encontré con una palabra que me llamó la atención: bisoñé. “… se me acercó un individuo de mediana edad y corta estatura. Tenía la piel fláccida y los ojos saltones, vestía con discreta sencillez y llevaba un bisoñé de mala calidad que no engañaba a nadie”. Bisoñé se me antoja una palabra antigua, que ya no utiliza nadie. Mi madre tenía un especial ojo para detectar bisoñés. “Ese lleva bisoñé”, decía de muchos que salían por televisión en los años setenta. En realidad no sé si tenía especial ojo para descubrir calvas cubiertas con esta prenda o, como en la novela de Mendoza, hay bisoñés que no engañan a nadie.

El Diccionario de la lengua española dice que es “una peluca que cubre solo la parte superior de la cabeza”. Es una definición, ciertamente, decepcionante. Escuché una vez una charla del lexicógrafo Manuel Seco hablando del arte de la definición. Venía a decir que no cualquiera sirve para hacer un diccionario y que definir una palabra no es tarea fácil. La mayoría peca por defecto o por exceso. En este caso, el pecado viene por lo escueto de la definición. Tal vez la culpa la tenga su etimología, ya que bisoñé viene del francés besogneu, que significa ‘necesitado’. Pero este término lo que necesita es añadidos urgentes. Al ser algo ornamental, también el lexicógrafo tendría que haberse dejado llevar por el exceso verbal y añadir palabras completamente superfluas. Por ejemplo: “Postizo de pelo natural o artificial que se coloca en la parte más necesitada de la cabeza, por estar esta con poco o sin pelo, y que dota al que la lleva de un aire más jovial, festivo y hasta sandunguero”. Tampoco hubiera estado de más alguna recomendación útil: “Evítese su uso, en la medida de lo posible, en días de mucho viento”. Y, por último, una apostilla que hubiera firmado hasta el propio Mendoza.: “Se desaconseja comprarlos de mala calidad si no quiere ser objeto de chanza o cuchufleta”.

enero 3, 2020

Podcast

Filed under: Lenguas,Viajes — signos @ 5:54 pm

Ahora escucho podcasts mientras voy caminando al trabajo. Algunos de ellos son recientes, de esta misma semana, y otros, la mayoría, de hace tiempo o mucho tiempo. Seguramente el que iba oyendo el otro día era de los de hace mucho tiempo. Un podcast de un portal que tiene como tema el español como lengua extranjera. Es interesante, en general, porque incluye entrevistas con especialistas, novedades editoriales, encuentros de profesores, nuevas tecnologías, etc. En el que iba escuchando el otro día se hablaba sobre un encuentro que iba a tener lugar en Madrid y que organizaba una editorial del ámbito de español como lengua extranjera.

Me acordé enseguida de un encuentro de este tipo al que acudí hace unos años. Parecía interesante y me apunté. Había que pagar por adelantado, claro, y se celebraba un sábado, desde las tres de la tarde hasta la noche. Incluía también un piscolabis y un espectáculo, que tenía lugar en la propia sede.

La sede de esta editorial estaba en un lugar céntrico, cerca del museo Thyssen. Ya me sorprendió (no muy gratamente) el inicio del acto. En un patio interior tenías que presentarte a tus compañeros recitando un poema o un texto para que ellos te calificaran o te etiquetaran. Recité uno de Alberti que memoricé hace más de veinte años y todavía guardaba en la cabeza (cosa extraña). Debo decir que me sentí bastante ridículo recitando  aquellas palabras a gente que no conocía de nada. Con una etiqueta en la solapa se podía ya subir a la sede. En ella tuvo lugar la sesión de inauguración a cargo de un actor (?) que hacía bastantes mamarrachadas. Pregunté a una persona si aquella era una actividad para profesores de español como lengua extranjera, no fuera a ser que me hubiera equivocado de acto. “En efecto. Impactante, ¿eh?”, espetó con una risotada.

Después nos dividieron en grupos y no sé en qué momento me vi en una habitación vacía, en donde el responsable del taller nos dijo que teníamos que andar por aquel habitáculo emitiendo sonidos y moviéndonos de forma espasmódica, encarándonos unos a otros, con el fin de perder toda inhibición.

Así fue pasando toda la tarde, encadenando actividades cada cual más absurda. Yo solo deseaba que aquello se acabara de una vez y poder disfrutar de un paseo por Madrid, ir a alguna librería (La Central, que me encanta; o la Casa del libro, ahora remodelada), cenar tranquilamente en el hotel… Pero no. Aquello parecía no acabar nunca. En uno de los últimos talleres, un grupo de personas pasamos más de diez minutos en silencio, hasta que la responsable nos empezó a preguntar si estábamos casados. A un chico joven, con cara de buena persona, no le dejó responder. Le dijo: “Tú, sí. Tienes cara de casado”. Aquel chico nos miró a todos, como no creyéndose lo que allí estaba sucediendo. “¿También sabes mi orientación sexual?”, le preguntó con un poco de guasa. “¿Qué pasa? ¿Te ha molestado mi comentario?”, inquirió aquella mujer vestida de forma estrafalaria. “No, que va. Pero no has acertado. Te auguro poco porvenir en el arte adivinatorio”. Todos nos reímos y aquella mujer pareció que se ofendió un poco. Dio aquel taller de mala gana y no le volvió a dirigir la palabra a aquel chico joven, que terminó abandonando la sala en un pequeño receso.

También yo debería haber hecho lo mismo. Si ese taller se celebrara hoy no hubiera aguantado ni diez minutos. Ahora huelo a distancia a todos esos estafadores. Actores malos de tercera, pedagogos de pacotilla, responsables del marketing de las editoriales que se han metido en el mundo de la enseñanza sin saber nada del oficio… Antes de que sea demasiado tarde, espero que los profesores o, en último término, los mismo alumnos acaben por expulsarlos de este mundo. Por el bien de todos.

Me acordé de todo esto el otro día, mientras iba caminando y oyendo un podcast.

diciembre 23, 2019

Días como este

Filed under: Efímeros — signos @ 5:39 pm

Hoy es 20 de diciembre, el último día del trimestre, del cuatrimestre o de como diablos se llame. He vivido muchos días como este. Y ahora estoy aquí, en mitad de ninguna parte. Un poco perdido, como si estuviera en otra ciudad, junto a la boca del metro. Hace calor, una temperatura inusitada para esta época del año. Y viento, mucho viento. El cielo, muy negro, amenaza tormenta. Es como si fuera a venir el fin del mundo.

Ya no habrá muchos días como este, me digo. Pienso. Pero no sé por qué lo digo, ni por qué lo pienso.

Quiero quedarme un rato más en la avenida, viendo pasar a la gente. Es un día que no se parece a ninguno.

Al final, lo dejo estar. Bajo las escaleras y me pierdo por la estación. El metro no tarda demasiado en llegar: Facultats, Alameda, Colón, Xàtiva, Àngel Guimerà…

Página siguiente »

Crea un blog o un sitio web gratuitos con WordPress.com.