Decía Faulkner que el pasado no pasa nunca, que ni siquiera es pasado, que es solo una dimensión del presente. Nos hacemos propósitos para el año venidero y juramos que vamos a cambiar, que el hombre (o mujer) que somos es ya pasado y nos vamos a convertir en una persona nueva: seremos más atléticos porque nos habremos apuntado a un gimnasio (ahora lo llaman gym) para rebajar barriga y culo. Estaremos más sanos porque solo beberemos zumos de frutas, tomaremos productos ecológicos y jamás olvidaremos comernos una manzana al día (o una pieza de fruta, que dicen los dietistas). También podremos viajar y relacionarnos con más gente porque al fin habrá dado resultado el método de idiomas que compramos en el kiosco con el periódico y hablaremos inglés con fluidez, con la suficiente, al menos, para decirle a quien te contradiga Don’t piss me off! ‘¡No me toques las pelotas!’, pírate ya, Fuck you.
Pero mañana será un día soleado, igual que hoy, y parcialmente nublado en el norte, como siempre. Dame siempre placeres rutinarios. Lo que ocurre una vez, no ocurre nunca decía el poeta. A lo mejor, si lo piensas, no ha estado tan mal este año; a lo mejor no conviene superarlo con diamantes únicos que brillen demasiado en la memoria y oculten los días iguales, los de todos los días.
Igual es mejor subir en la barca y dejarse llevar por la corriente. Así, sin más. Si acaso puedes sumergir la mano en el agua para ver si la barca tira o no tira. O para ver si el agua está fresquita. O para añadir aventuras a tu travesía. ¡Qué se yo!
En fin, feliz 2015.