Quien me conoce sabe, ¡vive Dios!, de mi afición por las novelas de Javier Marías y hasta por la figura del escritor, tan displicente siempre, tan altivo, tan pagado de sí mismo. Cuando empecé este blog, más de uno me dijo: «Ah, hablarás de Javier Marías y sus novelas, ¿no?»
Ahora estoy leyendo el tercer volumen de Tu rostro mañana (Veneno y sombra y adiós). Me gustó mucho el primero; menos el segundo y este tercero…, bueno, me reservo la opinión para cuando acabe el libro. Ya había oído campanas, pero es cierto que entre las páginas 142 («Tampoco creo que nos pase nada si dormimos los dos en la cama, siempre que a ti no te importe. A mí no, desde luego. ¿Es ancha?») y 152 («Creo que ni siquiera nos cogimos la mano») se describe el polvo más soso de la historia de la literatura. Es cierto que a mí me gustan los novelistas que fantasean con este tipo de pasajes, que prefiero que el escritor le eche imaginación y nos describa a la fémina como una fiera multiorgásmica y cantarina, y al varón como un hábil gimnasta capaz de meterla (con perdón) en todas las posiciones imaginables, y todo ello adornado con muchos adjetivos y mucha verborrea erótico-festiva.
Pero lo de Marías no tiene nombre: los personajes no hablan, no se tocan, ni siquiera se miran. El personaje masculino, un tal Jacobo Deza, sólo le da vueltas a si ella lleva ropa interior o no, si se le habrá subido la camiseta y tendrá el culo al aire, y cosas así. Para mas inri, cuando intuye que ella está tácitamente consintiendo, sale de la cama, se pone un preservativo en otra habitación y vuelve a la cama enfundado para consumar el acto en silencio.
No sé. Ese pasaje debería constar en las antologías como la escena erótica más fúnebre de la narrativa española. Seguro que alguien ya ha puesto en circulación la frase: «Eres más triste que un polvo en una novela de Marías».