Estilema

diciembre 1, 2019

Calzados Muro

Filed under: Efímeros,Gente — signos @ 12:58 pm

Cuando yo era niño el barrio era tu territorio. Traspasarlo era como cruzar una frontera. Para hacerlo tenías que subir a un autobús, el 7 o el 81, que te dejaban al otro lado del mundo.

A veces, en el colegio o en el instituto te mandaban leer La colmena o Cien años de soledad. Esos libros no estaban en la papelería de la esquina. Estaban en el centro. Había que ir a Maraguat o a Bello. Toda una aventura para aquellas tardes siempre frías del invierno. Algunos aprovechaban y se compraban también un Rotring, aquel tipo de rotulador que sustituyó a la plumilla con la que siempre nos manchábamos de tinta.

Otras veces tenías que comprar unos zapatos, pero en tu barrio no había ninguna zapatería. Entonces ibas con tu madre a Calzados Muro. Hace poco vi cerca de mi casa a un señor, ya muy mayor, que cruzaba a duras penas la avenida de Pérez Galdós. Me da pena decirlo, pero era un viejo decrépito. Ese señor era el encargado de Calzados Muro; desde mis ojos de niño un tipo alto y elegante que controlaba con toda eficacia aquella zapatería. En medio del tráfico de la ciudad mi mente conectó en un segundo ambas imágenes: la del encargado de Calzados Muro cuando él era joven y vestía con traje de chaqueta, y la de este otro encorvado y caduco que se detuvo, algo jadeante, a mi lado.

Estuve a punto de saludarle cuando sus ojos, claros y vidriosos, se cruzaron con los míos.

Pero enseguida vimos que se detenían los coches. Y ya todo volvió a la normalidad: el semáforo en verde para los peatones, las prisas por cruzar, el viento de poniente, el sonido de una ambulancia a lo lejos…

noviembre 3, 2019

Página 2

Filed under: Efímeros — signos @ 12:42 pm

Hace años que sigo el programa Página 2, en Televisión Española, un espacio sobre libros que te hace pasar un buen rato y te invita a leer títulos sugerentes. Empezó emitiéndose los domingos por la tarde-noche, sobre las ocho y media o nueve, y yo lo veía religiosamente, lloviese o tronase, sin ningún tipo de excusas. Detenía cualquier cosa que estuviera haciendo en ese momento o volvía más pronto a casa, si es que estaba fuera. Puedo decir que los domingos giraban en torno a ese programa, de tal manera que mis actividades quedaban condicionadas por la emisión de Página 2.  Luego lo cambiaron de día (un fastidio), pero yo seguía viéndolo, esta vez a través de internet. Por supuesto, lo hacía los domingos por la tarde. Seguía siendo mi última actividad de la semana. El postre de una buena comida.

Pero últimamente ya no lo veo o lo veo menos. A veces lo pongo y me aburre soberanamente. No me interesan apenas los autores que entrevista el presentador (que también me produce sopor) y los reportajes me resultan monótonos y repetitivos. Lo paso rápido y, las más de las veces, acabo quitándolo. Hoy mismo, domingo por la tarde, lo he parado para escribir este post. ¿Qué me está pasando?

Afortunadamente, he encontrado un libro (Aquí y ahora) que me ha llevado a nuevos libros. Busco en el programa al autor de este libro. Ni rastro de él.

Por cierto, hay una sección fija del programa en la que se trasladan a una ciudad española e indagan sobre su vida literaria. Me preguntaba con bastante curiosidad qué dirían de la mía. Valencia, ciertamente, no es una ciudad muy literaria. Apenas hay actividad relacionada con los libros (o yo no me entero, que todo es posible) y esperaba que este espacio me abriera los ojos. Por fin, le llegó el turno a Valencia. Pero el reportaje fue tan decepcionante que me llevó a un estado melancólico del que aún no me he recuperado: solo salía una escritora que ahora se dedica a labores políticas, un señor al que no conocía de nada y una librería de un barrio de moda. Ni una sola referencia a la librería Ramón Llull, tal vez la mejor de la ciudad, ni a históricas como París Valencia, Viridiana, Soriano o Tirant lo Blanc. Ni siquiera a aquellos que hacen una labor solidaria con los libros.

¡Con lo fácil que lo tenían! Solo tenían que haber preguntado a Juanjo Vellisca.

octubre 20, 2019

Tus pasos en la escalera

Filed under: Escritura,Libros — signos @ 1:01 pm

Lo sabía. Sabía que en cuanto cayera en mis manos un libro de literatura que valiera la pena lo abandonaría todo. Ya no quedaría espacio en mi cabeza para las clases, los artículos, la lingüística o el grupo de investigación. La literatura es esa droga de la que crees que te has desenganchado hasta que un día, en un exceso de confianza, dices, “Bah, por una no va a pasar nada”. Basta que las primeras páginas te entren suavemente para que quedes irremisiblemente atrapado. Esta vez ha sido una novela de Muñoz Molina, Tus pasos en la escalera, una historia en la que no pasa nada en esas primeras páginas de prueba que no tendrían que seducir a nadie, mucho menos a un descreído como yo. Un tal Bruno espera en un apartamento de Lisboa, con la sola compañía de su perrita Luria, la llegada de su mujer, una neurocientífica apasionada por su trabajo. Te cuenta la mudanza, te dice que antes vivía en Nueva York (como si no lo supiéramos ya los que hemos leído cualquier cosa de Muñoz Molina), introduce un par de personajes de relleno, te habla otra vez de los miedos que sintieron aquel día de los atentados de las Torres Gemelas y te vuelve a hablar de su mujer, que uno identifica de inmediato con Elvira Lindo.

Y, sin embargo…

Sin embargo hay algo que te invita a quedarte en la historia. Puede ser el personaje, un vago que solo mira por la ventana, lee y se prepara comidas sencillas o va a restaurantes próximos a su domicilio en donde siempre encuentra comida sabrosa y económica. Puede ser la descripción que hace de su perrita, en la puedes imaginar con detalle todos sus movimientos y reacciones como si la tuvieras delante e, incluso, puedes sentir su cuerpo caliente y los latidos de su corazón cuando la coge e intenta calmarle el miedo que siente por un ruido que no identifica. O puede ser simplemente la espera, esa espera con la que cualquiera puede identificarse: esperamos a un hijo, a una mujer, a un hombre, esperamos que pase el tiempo, esperamos que llegue un momento, esperamos que ese momento no pase. Esperamos siempre.

O puede ser, simplemente, que uno se identifica con el personaje: «Me despierto cada mañana y todavía me parece mentira no tener que ir a una oficina o salir corriendo en busca de un taxi… Yo nunca tuve vocación de hacer lo que hacía. En realidad nunca tuve vocación de nada, salvo de lo que hago ahora, que consiste sobre todo en no hacer nada, salvo tener el apartamento limpio para cuando llegue Cecilia, sacar de paseo a Luria varias veces al día, comer algo en casa o en alguna taberna cercana, dormir la siesta, leer periódicos en internet, ver la televisión en portugués para que el oído se vaya abriendo a las oscuridades del idioma, quedarme hasta las tantas viendo los informativos de la BBC… Para eso es para lo que yo sirvo. He tardado una vida entera en averiguarlo. O lo supe de niño y se me olvidó al hacerme adulto  y solo ahora lo he recordado”.

Yo, al igual que otros cientos de lectores, hemos tardado años en encontrar esta historia. Ahora, ellos y yo nos preguntamos cuánto tiempo vamos a tener que esperar para encontrar una historia tan buena como esta.

octubre 6, 2019

Razones para escribir

Filed under: Escritura,Libros — signos @ 12:55 pm

La razón por la que vuelvo a escribir en este blog que ya tenía medio olvidado (si no completamente olvidado) la tiene la lectura de un diario de Miguel Ángel Hernández, Aquí y ahora. Vi una reseña hace tiempo en Levante y ya me llamó la atención, y luego otra en el diario El País y eso, creo, hizo saltar las chispas. Nada sucede por casualidad. Que dos personas tan distintas coincidan reseñando un libro y que yo lea, por causalidad, ambas referencias, es un mensaje cifrado. Así que se me quedó en la cabeza ese diario, aunque no memorizara el título y, mucho menos, el autor.

Un día, después de una opípara comida que había tenido con mis amigos de la UNED, estaba tan aturdido por el vino y, tal vez, por algún whisky o gin tonic con el que pusimos el colofón a aquella divertida comida,  que decidí darme una vuelta y acabé en la librería Ramón Llull de aquí, de Valencia. El librero de la Ramón Llull es el que había escrito la reseña en Levante, así que le hablé del libro sin acordarme ni del título ni del autor. Pero los libreros auténticos saben rápidamente de lo que les hablas. Encargué el libro y luego me olvidé. Tal vez gran parte de esa tarde se evaporó con los efluvios alcohólicos y el librero, que no me conocía de nada, había pensado que yo era un impostor que pasaba por allí y que había encargado un libro que jamás recogería.

Un mes después volví a pasarme por la librería. ¿Qué había ocurrido con aquel libro? Un misterio. Yo lo había encargado, él lo había pedido y todo se había quedado como en una nube. En la nube, como están hoy la mayoría de las informaciones. Pero al final de agosto llegó el libro. Un verano que había sido totalmente insípido de lecturas floreció con aquel diario en el que me zambullí durante los primeros días de septiembre, cuando tenía que entregar un artículo, irme a un congreso y empezar el curso. Pero me tuvo absorto en aeropuertos (“A veces es necesario pensar con la escritura. No vale con pensar las cosas antes y luego escribirlas. No funciona así. Todo sucede mientras se escribe. La mano piensa”); en habitaciones de hotel (“Ya imaginas el tiempo de vida que se te va a ir rellenando papeles con competencias, objetivos, pasarelas, adaptaciones, calidad, evaluaciones y cosas que no sirven absolutamente para nada. La pedagogía llegó al mundo de la educación para hacerlo inhabitable”);  en trenes (“Si pudieras reformar el grado, sería lo primero que eliminarías, el TFG. Lo cambiarías por una asignatura que se llamara LDL: `lectura de libros’. Ahí es donde se aprende. Leyendo. Cuando los alumnos te preguntan que dónde has aprendido, que cómo se llega a conocer lo que conoces, solo tienes una respuesta: leyendo. Nadie, nunca, te ha enseñado más que un libro. El buen profesor es el que señala los mejores libros para leer. El buen estudiante es el que los busca y descubre ahí la sabiduría. Lo demás son maneras de perder el tiempo”); y hasta en un banco del parque (“El peligro está en que uno al final acabe escribiendo solo aquello que puede ser aplaudido por todos, lo que no cause incomodidad, lo que sea aceptable porque ya no tiene ningún tipo de aristas que causen heridas”).

Y así todo. ¿Qué les parece?

septiembre 29, 2019

Días en Oporto (y III)

Filed under: Gente,Libros — signos @ 11:33 am
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Último día de congreso. Había pensado no madrugar, pero a última hora veo que Silvia Betti da su comunicación a primera hora de la mañana. Todas las comunicaciones de Silvia Betti me parecen interesantes. Es una experta sobre la situación de los hispanos en Estados Unidos. Por casualidad hice una reseña de un libro suyo sobre el spanglish y luego la conocí personalmente en Alcalá. Me apetece saludarla e intercambiar impresiones con ella. Solo tengo la oportunidad de ver a gente así en los congresos y no voy a desperdiciarla.

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Me he levantado más pronto incluso de lo que yo pensaba, así que puedo desayunar tranquilamente en este tranquilo hotel que cada vez me gusta más. Al principio no. Al principio me pareció horrible, pero con los días lo he ido encontrando cada vez más agradable. Es una mezcla de hostel y de hotel. El comedor donde se sirve el desayuno es una cocina grande y por una puerta puedes salir a una terraza. Hace demasiado viento para salir, así que me quedo con el café, el zumo y las tostadas en la cocina. Miro a ratos la pantalla de la televisión sin sonido y disfruto del momento. Al rato entra una pareja joven, me saluda y se acerca a la tostadora. Creo que ha llegado el momento de marcharme. 

Paso la mañana del congreso de aquí para allá sin demasiado entusiasmo. Dudo si entrar o no a un taller. No me gustan los talleres porque, a menudo, tienes que hacer chorradas con gente que no conoces de nada. Algunos llegan a irritarme. Pero la alternativa es quedarme solo en uno de los pasillos del instituto politécnico, un edificio destartalado y con poco encanto. Al final me decido a entrar a un taller que trata sobre la voz pasiva. Lo da una profesora que, de primeras, me resulta agradable. Nos hace reír a todos sin hacerse la graciosa. Y eso tiene mucho mérito. No aguanto a los graciosos y graciosillos ni a los que intentan hacer una especie de club de la comedia en las aulas. No estamos para eso, la verdad. Pero hay gente que tiene humor, que -como decía Mihura- es la risa que ha ido al colegio. Su comunicación me parece muy ingeniosa y llena de contenido. La profesora es de Salamanca y enseguida me acuerdo de Gómez Asencio. También él me hizo reír sobre el subjuntivo. No creí que nadie me hiciera reír sobre el subjuntivo. Yo he intentado alguna vez hacer lo mismo con los signos de puntuación, un tema al que he dedicado algunos años de mi vida. Algún día tendré que hablar de este asunto, pero no ahora. Ahora estoy hablando de Oporto. Me dejó un buen sabor de boca ese taller sobre la voz pasiva. Así que me voy contento. Quedo con Jose y un grupo de chicas para comer en un vegetariano. Comida sana y nutritiva. Elijo unos cuantos platos vegetarianos. Unos cuantos platos vegetarianos son elegidos por mí.

septiembre 20, 2019

Días en Oporto (II)

Filed under: Escritura,Gente,Lenguas,Viajes — signos @ 7:57 pm
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La sede del Congreso está lejísimos del centro de la ciudad. A tomar por culo, hablando en plata. Miro las líneas de metro, pregunto en el hotel y voy a Trindade, en donde un metro me dejará cerca del Instituto superior de Ingeniería de Oporto. Es el segundo día de congreso. Me he perdido un montón de comunicaciones que parecían interesantes y, sobre todo, la inauguración a cargo de Luis García Montero. Me hubiera gustado escuchar a Luis García Montero. Las comunicaciones, en el fondo, me dan igual. Muchas tienen títulos atractivos y son un rollo. A algunos comunicantes los conozco de otros años. Veo a Jose, un profesor de Escocia que también va todos los años. Nos saludamos y quedamos para comer juntos. Pero luego no nos vemos y acabo comiendo con un grupo que no conozco de nada. La mayoría trabaja en Portugal y se queja de las condiciones laborales, todavía peores que en España. Es penoso.

Llega la hora de mi comunicación. La anterior ha estado llenísima, incluso había gente de pie, y ahora se van muchos, por lo que el ambiente se queda un poco desangelado. Bien, dice el moderador, nos hemos quedado en familia. Yo me lo imaginaba, porque el tema del que voy a hablar es muy específico: el léxico en los libros de economía y empresa, la manipulación a través de ese lenguaje económico, cómo los títulos también transmiten ideología. La verdad es que me lo pasé muy bien analizando todos esos libros y leyendo las carátulas. Aprendí mucho sobre el tema. El moderador parece entusiasmado y se establece una pequeña tertulia al finalizar la comunicación. A pesar de la poca gente, el breve coloquio ha resultado muy agradable.

Me quedo tranquilo. Siempre se acumulan nervios y tensión antes de exponer. Pero después uno se queda en la gloria. Le deseo suerte a la chica que expone detrás de mí. Tampoco ella ha logrado reunir a mucha gente. El porqué la gente va a una comunicación y no a otra es un misterio que todavía no he logrado desentrañar.

En la última sesión me encuentro con una profesora de Lleida que hacía mucho tiempo que no veía. Nos vamos juntos a coger el tranvía que nos llevará a la ciudad, pero yo me hago un lío al cancelar el billete, subo en otro vagón y ya no volvemos a vernos.

En la ciudad me doy una vuelta por el centro y me tomo una cerveza en un bar en el que se oye, a lo lejos, música portuguesa.

Es mi segundo día en Oporto.

septiembre 15, 2019

Días en Oporto

Filed under: Gente,Lenguas,Viajes — signos @ 6:54 pm
Oporto

Asisto a un congreso sobre enseñanza de la lengua en Oporto. Para asistir tengo que pedir permiso en la Facultad y en el Instituto. Un lío. No han empezado todavía las clases, pero hay reuniones, tutorías, burocracias varias. Todos me ponen mala cara cuando digo que no voy a poder estar durante esos días en el TFM ni en el claustro ni en la reunión de tutores. Para estar acorde con ellos, yo también me pongo mala cara a mí mismo. Es lo menos que puedo hacer. Pero me voy. Ya he pagado (de mi bolsillo) el congreso, el avión, el hotel, el tren, así que no hay vuelta atrás. Me monto en el avión de Ryanair y en poco más de una hora estoy en otro país.

Llego al aeropuerto, miro las líneas de metro hacia el centro de la ciudad, me  hago un lío con la máquina, pero consigo sacar un billete y subir al vagón. Cuando llego al hotel, dejo las maletas y miro por la ventana, que es un balcón por el que se ve la ciudad a lo lejos. Miro la hora y me doy   cuenta de ya es tarde para todo. Han acabado las comunicaciones y, seguramente, ya se habrán ido a la visita turística programada por la organización. Me tumbo en la cama y me pregunto qué hago yo allí. Es la misma pregunta que me hago siempre.

Después de hablar con el chico de recepción, salgo a la calle. Al caer la tarde, en Oporto se oyen las gaviotas y yo camino por una calle peatonal en donde se alternan talleres, tiendas antiguas y bares medio vacíos. Me entretengo en el escaparate de una librería. Me apetece un café. Pero no en uno de esos bares que he visto. Encuentro una cafetería agradable en donde también hay un mostrador con pasteles, dulces y panes.  Entro, pero no sé cómo pedir un cortado en portugués. Le digo a la chica que quiero un café con un poco de leche, y ella me señala una taza. Supongo que se refiere al tamaño. Le digo que sí. También comería algo. Pero me parece un lío empezar a preguntar en español y no entender bien lo que me contesta. Lo dejo estar.  Me tomo el café con leche tranquilamente en esa cafetería portuguesa viendo pasar a la gente que va y viene por una calle peatonal que baja hacia el centro de la ciudad.

Es mi primer día en Oporto.

May 6, 2017

Minimalismos (II). Mediodías

Filed under: Escritura — signos @ 9:42 pm

El mediodía, como dice el Diccionario, es un momento de extensión imprecisa, pero no (al menos, para mí) sobre las doce. Más bien, sobre las dos. Es un momento en que no pasa nada. Aprovechando este sol y esta temperatura benigna, la gente se sienta en una terraza, se toma una cerveza y mira. ¿Qué mira? Nada en concreto. El mediodía, si acaso.

Camino por la calle, a esa hora imprecisa, y pienso en esos europeos que nos tachan de absurdos por parar de dos a cuatro. Ellos son incapaces de entender ese instante en que las calles se vacían, disminuye el tráfico y el silencio parece adueñarse de todo. Para sentir el tiempo hay que verlo pasar. A mediodía, por ejemplo, en una terraza, mirando sin mirar…

abril 16, 2017

Minimalismos (I): David Trueba

Filed under: Gente,Libros,Películas — signos @ 7:04 pm

El otro día, caminando por una calle arbolada,  iba escuchando a David Trueba en la radio. Creo que fue Manuel Vicent quien dijo que David Trueba era pura proteína. Estoy de acuerdo. Pero me pasa una cosa con David Trueba: creo que sus comentarios, sus opiniones, sus respuestas a cualquier pregunta son mejores que sus novelas o sus películas. Y creo que él lo sabe. Por eso escribe novelas o dirige películas. Para hablar sobre ellas.

David_Trueba

Me imagino la situación: un grupo de gente se reúne para abordar un proyecto y en un momento determinado alguien dice: «¿Sabes quién haría esto bien? David Trueba». Si en un momento determinado, un grupo de gente está tratando sobre un tema y alguien pregunta «¿Sabes quién haría esto bien?» y pronuncia tu nombre, tu vida adquiere sentido. Ya sabes cuál es tu lugar en el mundo. Ya no tienes que preocuparte por nada más. Esa mesa ya está reservada para ti.

abril 15, 2017

Minimalismos

Filed under: Efímeros,Escritura — signos @ 12:50 pm

El diccionario define minimalismo como ‘tendencia estética o intelectual que busca la expresión de lo esencial eliminando lo superfluo’. Quitemos eso de ‘estética o intelectual’, que no me va nada, y centrémonos en la expresión de ‘lo esencial eliminando lo superfluo’. Ahora que hace tanto tiempo que no escribo en este blog y que ya poca gente me seguirá, es momento para expresar cosas que pienso, normalmente por la calle, mientras escucho música o la radio en un mp3, y me apetece escribir. Cosas sin importancia, tal vez superfluas, pero contadas eliminado lo superfluo. Así de paradójico.

b_n

Vamos allá.

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